jueves, 30 de septiembre de 2010

Tirso De Molina

COPLAS
De no hallar en mis amores
el número de mi mesa
sabe Dios cuánto me pesa.

Cuéstame hartos desvelos
celos bastardos, mal nacidos celos.

No soy carne ni pescado,
y aunque mi sazón es corta
sé muy bien lo que me importa.

Mi gusto aprendió en Toscana,
pues hallo el arte de amar
en el tropo variar.

Peor que el diablo soy si me resuelvo,
pues a puerta cerrada aún no me vuelvo.

Cúpome el número sexto,
mas yo he sido tan fiel
que jamás me acusé de él.

Puesto que no hay más que ver
en lo que llego a mirar,
aún hay más que desear.

Para la flecha de amor,
aunque aguda y penetrante,
tengo el pecho de diamante.

Aunque en orden a limpieza
todos dirán en mi abono
mejor cuelo que jabono.

No lloréis, ojos hermosos,
no lloréis.
Podrá ser que os engañéis.

Sin pundonor, sin melindres,
sin desdenes, vengo a ser
don calla a más no poder.




http://www.los-poetas.com/h/tirso1.htm
http://www.los-poetas.com/h/biotirso.htm

Virgilio

LA ENEIDA
Libro I
Los troyanos salen victoriosos y con rumbo a Italia, al ver esto Juno, tras persuadir a Eolo, arremete contra Eneas. Mar adentro las olas se enfurecen contra los troyanos y estos piden ayuda a los dioses; Neptuno los ayuda arrastrándolos a la isla Libia. Mientras Júpiter le cuenta a su hija Citerea cual es la misión de Eneas: crear Roma. Eneas desconoce en que lugar se encuentra hasta que una hermosa mujer, que resulta ser Venus, su madre, le informa de ello. Se encuentran en las tierras de la reina Dido que acoge a los troyanos amablemente, enamorándose de Eneas gracias a la intervención de Cupido y Venus.

Libro II
Eneas comienza a contar las historias que habían tenido en la guerra; centrándose sobre todo en la estratagema del Caballo de madera de los griegos y en lo acontecido a un sacerdote llamado Laocoonte al que dos horribles monstruos marinos mataron; y también de que manera se le aparece Héctor a Eneas pidiéndole que saliera de Troya.

Libro III
  Aquí Eneas cuenta como llegó a tierras de Pérgamo junto con su padre Anquises, su mujer Creusa y sus hijos Iulo y Ascanio. También habla sobre las Harpías y la maldición que una de ellas lanza contra ellos. Se produce un encuentro con Andrómaca y las advertencias que ésta le hace para seguir su camino, aconsejando que hable con Sibilia de Cumas ya que ella le indicaría lo demás; Gracias a las predicciones de un astrónomo, Palunior, se continuó el viaje aunque con dificultades debido a las tormentas. Al llegar a la isla del cíclope se produce un encuentro con un Aqueo, miembro de la tripulación de Ulises que se quedó atrapado en la isla.

  Libro IV
  Eneas termina su historia. Dido le cuenta a su prima Ana, el amor que siente por el troyano y ésta le dice que luche por él. Yarbas, antiguo admirador de Dido, se entera y le pide a Júpiter que separe a Dido y Eneas. El dios accede, pero al hacerlo Dido pierde la razón y se quita la vida.

Libro V
El padre de Eneas muere y su hijo trata de hablar con él por medio del juego. Juno no deseaba que Eneas y los suyos continuaran con el viaje, así que ordenó a Iris a destruir los barcos quemándolos. Eneas recurre a la ayuda de Júpiter y sigue navegando con los que quieran seguirle; uno de los miembros del grupo, Polinuro, muere por desafiar a Morfeo dios del sueño y la noche.

  Libro VI
 Ya en Italia, Eneas habla con Sibilia la cual le ayuda a acceder al infierno y le acompaña. Allí se encontrará con Dido, entristeciéndose, y finalmente con su padre Anquises, que le dice que su nueva tierra será Roma, pero que antes de alcanzar ese objetivo afrontarán grandes problemas cuya solución será Marcelo.

Libro VII
Eneas llega a la tierra de Lacio, esposo de Amata y padre de Lavinia. Eneas se da cuenta de que esta es la tierra que buscaban a la vez que Lacio recibe muy bien al troyano y a los suyos. Ante esto, Juno urde un plan que desencadena la mordedura de Amata por una serpiente y la inculpación de esto a Eneas, iniciando así una guerra.

  Libro VIII
Durante el sueño a Eneas se le aparece el Tíber, que le indica donde hay una cueva que fue guarida del gigante Caco. Allí Eneas se encontrará con Evandro y su hijo Palonte los cuales le cuentan la historia de esas tierras. Para la guerra Venus le pide a Volcano que cree armaduras para Eneas y éste acepta.

Libro IX
Juno manda a destruir las embarcaciones de Eneas y Venus le pide a Júpiter que no lo haga. Dos jóvenes, Niso y Eurialo, pretenden matar a algunos latinos durante una noche pero los rútulos lo advirtieron y los mataron. Turno era novio Lavinia, pero ella elige a Eneas. Turno pretende incendiarlo todo provocando la ira de Ascanio, que loco de rabia mata a Lomulo (también conocido como Rémulo). Turno es acorralado y se arroja al río.

 Libro X
Júpiter reúne a los dioses en el Olimpo y da la orden de cesar sus disputas. Los guerreros de Eneas se encuentran asustados ya que su líder está ausente pero siguen peleando. Turno busca a Eneas para pelear, pero no puede debido a la intervención de Palante, que encontrará la muerte. Mezencio peleará con Eneas ocupando el puesto de Turno, terminando herido. En su defensa acude su hijo Lauso que morirá. Mezencio enterándose de esto también muere.

Libro XI
Los troyanos se encuentran entristecidos por la muerte de Palante, mientras Eneas jura que fundará la nueva tierra troyana. Los latinos, ante la fuerza de sus contrincantes deciden no pelear más, aunque Turno discrepa e insiste en mantener la lucha, contando solo con el apoyo de Camila, una valiente mujer guerrera.

Libro XII
Lacio, Amata y Lavinia le piden a Turno que desista de la idea pero él no quiere. Ya listos para la lucha la misma hermana de Turno, Yuturna, le pide que no lo haga. Se produce un escándalo y comienzan a pelear entre todos hasta que Eneas les interrumpe. Mientras tanto, Juno, ya cansada de la guerra pide a Júpiter que el que gane no quite las costumbres del otro, ante lo cual el dios está de acuerdo. Comienza el combate y Turno lanza una piedra contra Eneas que no sufre ningún daño. Éste coge su lanza y la hunde en el pecho de Turno dándole muerte. Finalmente Eneas y Lavinia se unirán en matrimonio.



Horacio

Carminum I, 3 (El viaje de Virgilio)
Que la poderosa diosa de Chipre 
y los hermanos de Helena, lucientes astros, 
y el padre de los vientos te guíen, 
y sople el Yápige favorable, 
oh nave que me debes a Virgilio, a ti confiado. 
Te ruego que lo restituyas incó1ume 
a las regiones Áticas 
y conserves así la mitad de mi alma. 


De roble y triple acero 
estaba rodeado el pecho 
de quien atravesó por vez primera 
el piélago cruel en frágil balsa, 
y no temió los ímpetus del Ábrego 
en lucha con los Aquilones, 
ni a las Híades tristes,
ni la rabia del Noto, 
dueño absoluto del Adriático 
que a su gusto levanta o apacigua las olas.

 
¿Qué cercanía de la muerte infundió miedo 
a aquel que con los ojos secos 
vio los monstruos nadando, 
el mar airado y los infames 
arrecifes de Acroceraunia? 
En vano un dios prudente 
separó la tierra del insociable Océano, 
si es que naves impías 
surcan prohibidas aguas.

 
Audaz en perpetrarlo todo, 
la raza humana se precipita 
por el abismo de lo sacrílego; 
audaz, el linaje de Jápeto 
trajo el fuego a los hombres, 
valiéndose de engaños; 
y, tras el fuego, arrebatado 
de la mansión celeste, 
la palidez y una cohorte nueva 
de fiebres invadieron la tierra, 
y la necesidad de morir, 
tardía en otras épocas,
adelantó su paso y su llegada; 
dédalo atravesó el éter vacío 
con alas no otorgadas al hombre; 

un trabajo de Hércules 
traspasó el Aqueronte: 
nada imposible hay para los mortales. 

En nuestra estupidez, 
ambicionamos el propio cielo, 
y, por culpa de nuestros crímenes, 
no dejamos que Júpiter deponga 
sus rayos iracundos.



Kalidasa

El Anillo De Sakuntala

Sankuntala, la amada de los pájaros, es la más delicada flor del teatro oriental. Una doncella, llena de sencillez campestre y religiosa; un joven rey cazador, hijo de la luna, y el amor luchando contra el destino. Este es el fondo del hermoso drama, escrito, no se sabe cuándo ni dónde, por el antiguo poeta Kalidasa.

Hay en la India, al pie del monte Himavat, un bosque sagrado donde viven los ascetas consagrados a la meditación y a la sabiduría. Sus lagos son de agua azul, siempre inmóvil; el arroz silvestre crece allí espontáneamente junto al césped de los sacrificios, y los animales del bosque son sagrados para el cazador, de afiladas flechas, que debe entrar humilde y desarmado en el silencioso recinto.

En este bosque habita la doncella Sakuntala, hija adoptiva del asceta Kanva. Ella, hermosa y delicada como un jazmín recién abierto, cuida las plantas y los animales del bosque. Con granos de arroz y dándole de beber la leche en el cuenco de su mano ha criado un cervatillo, que salta siempre alegre detrás de sus pasos. Sus amores son las flores y los árboles, que riega y mira crecer día por día; y su gran fiesta, cuando, a la llegada de la primavera, estallan en el bosque los primeros brotes.

Un día, el joven rey Duchmanta, descendiente del dios de la Luna, llegó de caza al santo lugar. Venía en su veloz carro, con el arco de bambú atado a la muñeca, persiguiendo a un gacela negra, que penetró jadeante en el bosque de los solitarios. Internóse el rey tras ella, y tendía ya su arco dispuesto a disparar cuando una voz le contuvo diciendo:
- ¿Quién se atreverá a manchar de sangre el bosque de la meditación? Detén tu brazo, no caiga tu flecha en el cuerpo de la humilde gacela como un rayo en un búcaro de flores.
Entonces el rey se dio cuenta del lugar en que se hallaba; descendió del carro y, dejando en él su manto y sus armas, porque en el recinto sagrado debe penetrarse con vestiduras sencillas, se dirigió al interior del bosque en busca de la ermita del venerable Kanva.
A su paso, el pájaro no se espanta en la rama donde canta, y el gamo, que pace junto al sendero, levanta su cabeza para mirarle dulcemente.
-De pronto oyó el rey, en un bosquecillo de bambúes, voces y risas de mujer, y se puso a observar entre el follaje. Era la hermosa Sakuntala, que con otras dos doncellas, regaba los árboles. Llevaba una humilde vestidura de corteza de árbol, sujeta con leves nudos de cáñamo a los hombros, y adornada sus orejas con dos flores de acacia.

Así apareció a los ojos del rey, a través del follaje, sobre el verde tierno de la pradera, como un panal de miel nueva. Y Duchmanta olvidó al verla su palacio; olvidó la gacela que hasta allí le había llevado, y su corazón tembló en la quietud religiosa del bosque.
Luego, adelantándose, se presentó a las doncellas, que al verle quedaron un momento turbadas. Pero su noble aspecto y la delicadeza de sus palabras las tranquilizaron, y ofrecieron al desconocido el plato de leche, arroz y frutas, ofrenda sagrada de hospitalidad.

Los discípulos de Kanva llegaron al bosquecillo de bambúes, y reconociendo al rey Duchmanta, le dijeron que su venerable maestro estaba ausente rezando en los santuarios del Oeste, y le invitaron a pasar la noche en su cabaña. El rey no pudo negarse a ir con ellos, pero sus ojos no se apartaban de la hermosa Sakuntala, que quedaba allí. Así iba, su cuerpo hacia delante y su alma hacia atrás, como la seda de una bandera llevada contra el viento. Varios días permaneció el joven rey con las ascetas en la montaña sagrada. Su corazón adoraba a Sakuntala, y cuando al caer la tarde conversaba con ella, sentados sobre la yerba, sus palabras se entrelazaban como las ramas de los árboles.

Y al fin un día el joven rey le confesó su amor; temblando como un niño. Sakuntala bajó sus ojos de largas pestañas, y nada contestó. Pero sus manos cogieron una hoja de loto, y sobre ella escribió con la uña estas palabras: "No conozco tu corazón, pero día y noche el amor atormenta a la que ha puesto en ti toda su esperanza".

Al leer estas palabras, el joven rey la estrechó entre sus brazos. Y en el silencio del bosque, bajo los ojos de los dioses, le dió el juramento de esposo.
Días después llegó el séquito del rey al bosque sagrado, llamándole de nuevo a su palacio. Antes de partir, Duchmanta habló así a Sakuntala:
-Toma mi anillo de oro, esposa mía. En él está grabado mi sello y escrito mi nombre. Cuenta una letra por cada día, y cuando todas las letras hayan sido contadas deja el bosque de tu padre y vete a mi palacio.
Así se despidieron Duchmanta, hijo del rey de la Luna, y Sakuntala, la doncella sagrada, amada de los pájaros.
Largos son los días de la espera. Sakuntala está triste sin su corazón, contando día por día las letras del anillo, y las lágrimas del amor marchitan sus mejillas, como dos jazmines regados con agua hirviendo.
Un día Sakuntala, absorta en sus recuerdos, olvidó los deberes de la hospitalidad, no atendiendo al ermitaño Durvasa, que llegó al bosque, cansado y sediento. Y el ermitaño, ofendido, lanzó su maldición contra la doncella, diciendo:
-El rey no se acordará de Sakuntala, como el hombre ebrio no recuerda sus palabras del día anterior. Sólo el anillo nupcial le devolverá la memoria. ¡Ay de Sakuntala si pierde su anillo!
Pero la doncella no oyó la maldición. Y el destino cruel arrebató el anillo de su mano un día al entrar en el baño, en el celeste Ganges de las tres corrientes. Entre las aguas del sagrado río se hundió el anillo nupcial, y con él se hundieron entre la espuma los recuerdos del rey.
Cuando el día de la promesa llegó, las doncellas del bosque engalanaron a Sakuntala y ungieron sus cabellos. El venerable Kanva, que llegó aquel día, la bendijo y dirigió su palabra al bosque diciendo:
- ¡Arboles sagrados! La que no quería beber cuando vosotros no habíais bebido; la que, gustando de adornarse, no cortaba, por miedo a heriros, ni una sola de vuestras ramas, Sakuntala, se va a la casa de su esposo. ¡Dadle todos vuestro adiós!
Y entonces se obró un perfumado milagro. Un árbol produjo un vestido de lino, blanco como la luna; otros destilaron su jugo de laca, de gomas y resinas para perfumarla, y otros le tejieron brazaletes de fibra y coronas de hojas y flores. Y el cuclillo del bosque cantó diciéndole adiós.
Sakuntala se despidió de su cervatillo. Dió tres vueltas alrededor del fuego sagrado, mientras sus compañeras levantaban ritualmente en sus manos los granos de arroz. Y luego, como manda la Escritura, todos los ascetas la acompañaron hasta el borde del agua.
Así se fué Sakuntala del bosque, llevando su perfume, como una rama de sándalo cortada y trasplantada a otro país.

Ya se retiraba el rey Duchmanta de su Consejo, cuando se le avisó la llegada a palacio de dos ascetas conduciendo a una hermosa doncella. El rey, respetuoso con los habitantes del bosque sagrado, les hizo pasar en seguida a su presencia, interrogándoles sobre el motivo de su llegada. Los ascetas respondieron, inclinándose:
- ¡Seas siempre victorioso! El venerable Kanva te envía por nosotros su saludo. Venimos a traer la esposa a casa del esposo. He aquí, ¡oh rey!, a tu esposa Sakuntala.
Duchmanta se quedó absorto ante estas palabras, mirando fijamente a Sakuntala, que, temblando de emoción, no se atrevía a levantar los ojos. Ni el nombre de la doncella ni su rostro le recordaban nada. De este modo se cumplía la maldición del ermitaño Durvasa.
- Y bien -contestó el rey echándose a reír-. ¿Qué juego es éste? Yo no he visto en mi vida a esta linda muchacha ni he oído su nombre. ¿Cómo puedo tener una esposa a quien no conozco?
Pero como los ascetas no le acompañaran en su risa y le miraran severamente, Duchmanta se puso grave. Se acercó a la doncella, contemplándola largamente, sin reconocerla, pero conmovido por su belleza y su sonrisa inocente. Así estaba Sakuntala, entre los dos severos ascetas, como una rama verde entre hojas amarillas.
-Hermosa niña -dijo el rey con ternura-. ¿Qué prueba puedes darme de que eres mi esposa? ¿Tienes en tu dedo mi anillo nupcial?
Sakuntala, con un rápido gesto de alegría, fue a mostrar su anillo; pero entonces echó de ver que lo había perdido al bañarse en el sagrado Ganges de triple corriente. Y dos lágrimas temblaron suspendidas en sus largas pestañas. Luego, las fuerzas la abandonaron y hubo de apoyarse, desfallecida, en sus compañeros, cerrando los ojos.
Duchmanta, conmovido por el dolor de la joven, llamó a su preceptor, un anciano lleno de sabiduría, que sabía encontrar la verdad entre las mentiras como el cisne que bebe la leche sin tocar el agua que se ha mezclado en ella. Y le interrogó diciendo:
-He aquí que esta muchacha dice ser mi esposa, y yo no la conozco. ¿Cómo puedo saber la verdad?

Y el sabio respondió:
-Esta muchacha va a tener un hijo. Espera, ¡oh rey! Si el recién nacido tiene su mano derecha la figura de una rueda, las profecías se habrán cumplido y el niño será tuyo.
Con estas palabras los ascetas dieron por terminada su misión y, rechazando a Sakuntala, que, llorando acongojadamente, quería regresar con ellos, tomaron el camino del bosque.
Sakuntala, entonces, huyó del palacio, llena de dolor y de vergüenza, maldiciendo el duro corazón de Duchmanta. Y por más que centenares de esclavos la buscaron por todas partes, no fue posible encontrar su paradero.
Un día los guardas de palacio prendieron a un pescador, al que encontraron un anillo de oro con el sello y el nombre del rey. Fué llevado a presencia de Duchmanta, acusado de ladrón. Pero el pobre pescador negó tal delito, afirmando que el anillo lo había encontrado en el vientre de un pez caído en sus redes en el celeste Ganges.
Tomó el rey el anillo en sus manos, y al contemplarlo su corazón latió apresuradamente. Como una nube que se descorre dejando paso al sol, así el olvido se descorrió en su alma, y las escenas del bosque sagrado, la persecución de la gacela negra, el amor y el juramento de Sakuntala se presentaron nuevamente ante sus ojos.
Puso Duchmanta en libertad al pescador, regalándole el joyel de su turbante. Y mandando uncir su brillante carro, marchó al galope de sus caballos hacia el bosque sagrado.
Pero Sakuntala no está en el bosque ni en el reino. Nadie la ha vuelto a ver, nadie puede indicar sus huellas. Y Duchmanta llora de dolor y de arrepentimiento, un año y otro año, afligido por el recuerdo de Sakuntala, la amada de los pájaros.
Cuando el cielo estalló la lucha entre los dioses y los gigantes, el celeste Indra envió su carro, húmedo de rocío, al joven Duchmanta, hijo del rey de la Luna, para que le ayudara en el combate. Y en el veloz carro de oro, disparando sus flechas por encima de los relámpagos, Duchmanta venció a los gigantes. Recibió en premio una guirnalda de flores de "mandara", uno de los cinco árboles eternamente floridos en el cielo de Indra.
Y al regresar a la tierra, Indra hizo que el celeste carro se detuviera en la altísima montaña Cumbre de Oro, consagrada a la penitencia, donde las almas puras, más altas que las nubes, se acercan a los dioses.
Allí con el cuerpo ceñido de pieles de serpientes, apretado el cuello por un dogal de lianas secas, largos los cabellos donde anidan los pájaros, los penitentes solitarios rezan inmóviles de cara al sol.
Apeóse el joven Duchmanta para recibir la bendición de los solitarios. Y al internarse entre los árboles vió a un hermoso niño que jugaba con un cachorro de león. Reía el niño, agarrando al león por la melena, y Duchmanta, gratamente sorprendido por la belleza y el valor del pequeñuelo, se acercó a él, mirándole conmovido. Como el rey no tenía hijos, siempre que veía a un niño su corazón se llenaba de ternura y de tristeza.
Y sucedió entonces que al niño se le cayó un talismán que llevaba colgado al cuello, y el rey se agachó para recogerlo. Al hacer esto, el aya del niño, que llegaba en aquel momento, lanzó un grito diciendo:
- ¡Desdichado extranjero! No toques ese talismán, porque se convertirá en una serpiente. Sólo el niño y sus padres pueden tocarlo.
Duchmanta se quedó absorto ante estas palabras, porque ya había recogido el talismán y no lo veía transformarse en serpiente. Entonces, temblando de esperanza, cogió entre las suyas las manos del niño, y vió grabada en su diestra la figura de una rueda.
Y abrazándole, loco de gozo, le decía:
-Quién eres tú, hermoso niño, que pareces hijo de los dioses?
-Soy nieto del rey de la Luna -respondió el niño orgullosamente- Mi padre es el héroe Duchmanta, a quien nunca conocí.

Entonces apareció Sakuntala con el rostro demacrado por las mortificaciones y recogido el cabello. Y era aún más hermosa en su dolor, semejante a la liana de flor blanca con los pétalos agostados de sol.
Duchmanta cayó de rodillas ante ella, besando el borde de su vestido y pidiéndole perdón. Luego puso nuevamente en su dedo el anillo nupcial. Y en el carro de oro del celeste Indra volvieron los tres a su reino.
Los mismos dioses, conmovidos por esta sencilla historia, la escribieron después en verso, mojando sus pinceles en el rocío del cielo.

Valmiki

RAMAYANA

Dasharatha, rey de Ayodhya, tiene tres esposas y cuatro hijos. Rama es el mayor, su madre es Kaushalya. Bharata es el hijo de su segunda y favorita esposa, princesa Kaikeyi. Los otros dos son gemelos, Laskshmana y Strughna. Rama y Bharata son azules, indicativo de que fueron deidades del sur de la India.

En una ciudad cercana, está la hija del gobernante, de nombre Sita. Cuando llega el momento de que Sita se case -en una ceremonia llamada swayamvara-, se realiza una prueba a los pretendientes: los príncipes deberán ser capaces de levantar un arco gigante. Nadie pudo alzar el arco como Rama, que no sólo lo alzó sino que además lo partió. Así fue como Sita eligió a Rama como esposo, colocando una guirnalda en su cuello, bajo las miradas de decepción de los demás aspirantes.

El rey Dasharatha, el padre de Rama, decide que ha llegado el momento de dejar el trono a su hijo Rama y poder retirarse al bosque para buscar el moksha (liberación del círculo del nacimiento y muerte). Todos parecen contentos con la decisión porque va de acuerdo con el dharma: el hijo mayor asumiría el puesto de gobernante que toma decisiones con responsabilidad. Todos están de acuerdo excepto la segunda esposa de Dasharatha, quien pretende que sea su hijo Bharata quien gobierne.

Así es como, valiéndose de un juramento de años atrás que hizo el viejo rey a Kaikeyi por salvarle la vida en la guerra, le convence para que corone a Bharata y destierre a Rama al bosque por catorce años.

A pesar de que el rey ruega de rodillas a su esposa para que olvide tal deseo, se ve obligado a cumplir su palabra; Aún así, Dasharatha no puede decirle nada a su querido hijo, Rama, por lo será Kaikeyi quien se lo diga.

Rama, siempre obediente, se retira exiliado al bosque. Sita convence a Rama de que su lugar está a su lado. También su hermano, Lakshmana, ruega que lo deje acompañar.
Bharata, para quien su madre con su maligno plan había conseguido el trono, está muy disgustado cuando se entera de lo que sucede y se dirige también al bosque donde reside Rama para forzarlo a regresar a la ciudad. No obstante, éste se opone argumentando que deben obedecer a su padre. Así, Bharata se despide de su hermano con un abrazo y vuelve a Ayodhya. Los años pasan y Rama, Sita y Lakshmana son muy felices en el bosque.




Rama y Lakshmana destruyen a los rakshasas (criaturas del mal) cuando interrumpen su meditación. Un día, una princesa rakshasas, intenta seducir a Rama. Su hermano, Lakshmana, la hiere. Ella regresa donde su hermano, Ravana, el gobernante de Lanka (quien es conocido por su inteligencia y por su debilidad por las mujeres hermosas) y le cuenta sobre la encantadora Sita.

Ravana idea un plan para raptar a Sita, por la que siente debilidad. A sabiendas del aprecio que ella siente por los ciervos dorados, decide enviarle uno como presa de caza para Rama y Lakshmana. Al verlo, ambos hermanos se marchan a cazarlo, dibujando previamente un círculo protector alrededor de Sita con el que ella estará segura mientras permanezca en su interior. Durante esa pausa, Ravana se deja caer por el lugar adoptando la forma de un mendigo que busca algo de comida. Sita sale del círculo para procurársela y es entonces cuando es raptada. A Rama se le rompe el corazón cuando regresa y encuentra la choza vacía y no puede encontrar a Sita. Una armada de monos se ofrecen para buscarla.

Ravana ha llevado a Sita a su palacio en Lanka, pero no puede forzarla para que se convierta en su esposa, así que la pone en un bosquecillo y suavemente le convence para casarse con él. Sita ni siquiera lo mira, sólo piensa en Rama.

Hanuman, general del grupo de monos y que posee la capacidad de volar, se dirige rápidamente hacia Lanka, donde encuentra a Sita en el bosquecillo. Ambos mantienen una pequeña conversación en la que él le dirige palabras reconfortantes sobre Rama y su salvación.

Antes de que Hanuman pueda salir, los hombres de Ravana lo capturan y prenden fuego a su cola. Con parte del pelaje ardiendo, Hanuman huye saltando por los techos de las casas y llega hasta Rama, a quien informa sobre la ubicación de Sita. Rama, Lakshmana y la armada de monos construyen un puente desde la punta de India hacia Lanka.

Posteriormente, el enfrentamiento entre Rama y Ravana acontece. Tras haber eliminado a algunos hermanos de Ravana, Rama termina por acabar con él definitivamente. Rama libera a Sita y juntos regresan a Ayodhya, donde el pueblo y Bharata proclaman a Rama como su nuevo rey.















martes, 28 de septiembre de 2010

Albert Camus

Quisiera ser... 
el mundo a tu imagen,
Hasta la muerte para siempre jamás,
Tu vida y tu alma, y el símbolo de nuestro amor eterno,
Pero también el murmullo de amor alzado en tus pasos.
Quisiera ser el sol, la luna y las estrellas,
Las cuatro temporadas, la espuma en el mar,
Y en el cielo esta nube,
Para siempre estar cerca de ti.
Quisiera ser la palabra que ningún léxico en el mundo
Ha podido traducir para expresar el amor que te manifiesto
.












James Joyce

All Day I Hear the Noise of Waters
All day I hear the noise of waters
Making moan,
Sad as the sea-bird is when, going
Forth alone,
He hears the winds cry to the water's
Monotone.
The grey winds, the cold winds are blowing
Where I go.
I hear the noise of many waters
Far below.
All day, all night, I hear them flowing
To and fro.





















http://es.wikipedia.org/wiki/James_Joyce